Las lecturas de hoy nos confrontan con una realidad cruda: el abismo entre la comodidad y la compasión, entre la indiferencia y el llamado a actuar. En un mundo que a menudo mide el valor por la riqueza y el estatus, la Palabra de Dios nos reta a ver con los ojos de los pobres, a escuchar los gritos de los olvidados y a cerrar las brechas que creamos con nuestra inacción. En nuestro tiempo, con las desigualdades creciendo y los sintecho aumentando, Amós nos desafía a la compasión.
En el Evangelio, leemos esta parábola inquietante del rico y Lázaro. Un hombre sin nombre, vestido de púrpura y lino fino, come espléndidamente todos los días, mientras Lázaro yace a su puerta, cubierto de llagas, deseando las migajas que caen de la mesa. Los perros lamen sus heridas, un detalle que resalta su total abandono. En vida, una puerta los separa; en la muerte, un abismo inmenso se abre. El rico, ahora en tormento, suplica a Abraham que envíe a Lázaro con una gota de agua. Pero Abraham responde: “…entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso que nadie puede cruzar”.
Lo que más impacta es la ceguera del rico. No odiaba a Lázaro; simplemente no lo veía. La puerta no era solo física, era la barrera del egoísmo, la excusa de estar “muy ocupado”, la insensibilidad de tantas distracciones. ¿Cuántas veces pasamos por encima de los Lázaros en nuestro camino? Esta parábola no es sobre el infierno; es sobre las consecuencias. Construimos el abismo en vida con nuestras decisiones, y ningún arrepentimiento en la eternidad puede deshacerlo. El verdadero tormento es la separación de Dios, nacida de la separación de nuestro prójimo.
Entonces, ¿qué significa esto para nosotros hoy? Primero es la conciencia. Examina tu vida: ¿Dónde están las barreras que has construido? ¿Tu presupuesto prioriza el lujo sobre la generosidad? ¿Las redes sociales ahogan el sufrimiento real de tu familiar que está a tu lado? ¿Haces voluntariado en alguna organización benéfica o servicio comunitario?
La Iglesia enseña que la riqueza no es mala; acumularla sí lo es. Que el amor de Cristo en usted cierre la brecha entre los pobres y los ricos. Vea a Cristo en la persona necesitada a su alrededor. No sea indiferente, sino práctico en el amor. Que nuestros ojos estén bien abiertos para ver, con corazones suavizados por la compasión, y manos listas para servir con amor.
¡Dios es bueno, todo el tiempo!
Padre Tony Udoh, MSP Pastor de Holy Family